OLOR A JARA

Ésta es una historia sencilla, es la historia que da sentido a un nombre, es el principio de algo que está por llegar.
Corrían los años setenta y  yo acababa de perder a mi madre, siendo aún muy niña.
Llegaba la época de vacaciones escolares y la ilusión de volver al pequeño pueblo de la sierra extremeña de Guadalupe.
Mi tío Pizarro, el entonces taxista del pueblo, nos llevaba a mi padre, a mi hermana pequeña y a mí hasta el que era nuestro paraíso particular.
El pueblecito que nos vió nacer a mi y a mis antepasados, había visto también a sus vecinos emigrar a otras tierras en busca de un futuro mejor, y entre ellos estaba mi familia. Pero como todo emigrante que se precie, volvíamos una y otra vez a encontrarnos de nuevo con nuestras raíces .
El viaje de casi 300 km por carreteras de la época se hacía largo y tedioso.
Mi hermana y yo pasábamos cerca de cinco horas en aquel habitáculo de cuatro ruedas con la vista puesta en un punto mágico, Garciaz.
¿Qué tenía este pequeño pueblecito tan especial para dos niñas de pocos años?
Sobre todo, la libertad de ir y venir a nuestro antojo, los amigos que cada año encontrábamos, la hora de recogida (cuando se enciendan las luces..) y luego el despertar de nuestra niñez.
Los polos de Tío Vitorino, con su tienda de suelos crujientes de madera, el cine de verano con las películas del Oeste, la piscina del rio La Torre, la pilita, la discoteca de arriba, la discoteca de abajo...
Las excursiones a la Peña Lobera, la pesca en la Pesquera, la procesión del Rosario de la Aurora...
No había nada comparable en nuestro mundo urbanita, de colegio y academias, de semáforos y autobuses que no podíamos coger. Por eso, ese viaje eterno era temido y deseado a la vez.
Ese viaje tenía un olor especial,  olor a gasoil, olor a tabaco de mi padre y mi tío, olor a los bares de carretera donde se tomaban la copa de coñac o el café con pincho de tortilla. Un olor a coche caliente, sin aire acondicionado, un olor penetrante que acababa siendo el motivo de mareos alternativos.
Un olor que nos acompañaba durante kilómetros y kilómetros hasta llegar al camino que unía Aldeacentenera y Garciaz.
De pronto, el aire cambiaba y se hacía fresco y dulce a la vez. Era un olor que sobrepasaba nuestra angustia y nos inundaba de alegría e impaciencia.
Era el olor querido, el que nos anunciaba el final del trayecto, el que nos despertaba de aquel letargo de horas...era el olor a jara.

Comentarios

  1. Y ahí queda eso¡¡ Tanto tiempo en tu recuerdo que nos has transportado a él con la misma dulzura y ... muchísima valentía ;)

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  2. Gracias mi amiga, gracias también por tu empujoncito. Ya ves que soy yo quien se mira en tu espejo ;-)

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  3. Comparto ese olor a jara, cantueso y almarau. El olor de los montes de Garciaz, monte de encinas,robles y castaños. Como diría Tolkien, en La Comarca soy feliz. Felicidades por tu blog y a la vez te animo que visites el mio, un poco abandonado y con telarañas,aun en formato antiguo. El jardín secreto y el pájaro herido.blogspot.com

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  4. Por supuesto que lo visitaré, tengo tendencia a aprender de los grandes y tú lo eres en muchos aspectos.Gracias Vicent

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  5. Esa sensaciones tuve yo cuando fui por primera vez al pueblo en el que nací, Garciaz .Me ha encantado Caridad ,tienes un asiduo de tu blog ,A.Leto

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  6. Un honor para mí, contar con tan ilustrado lector. Un abrazo

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  7. ¡Hola, Cari!
    Estoy, aquí, en tu casa.
    Y leo este "Olor a jara" tuyo, y me llevas de la mano a aquellos años que para mí fueron de tren de madera, con carbonilla en los ojos, desde Asturias a Extremadura, a mi pueblo, que como el tuyo tenía esa infancia extendida a nuestros pies que se nos fue.
    Me gusta mucho este texto tuyo.
    Un beso.
    Santiago

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    Respuestas
    1. No puedo tener un alago mejor que el que viene de un maestro, si con mi relato he conseguido transportarte durante un minuto a tus propios recuerdos, me siento satisfecha. Gracias Santiago

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  8. ¡Hola, Cari!
    Estoy, aquí, en tu casa.
    Y leo este "Olor a jara" tuyo, y me llevas de la mano a aquellos años que para mí fueron de tren de madera, con carbonilla en los ojos, desde Asturias a Extremadura, a mi pueblo, que como el tuyo tenía esa infancia extendida a nuestros pies que se nos fue.
    Me gusta mucho este texto tuyo.
    Un beso.
    Santiago

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