Cita a ciegas

Había apuntado en su agenda el día en el que habían decidido conocerse. Algo absurdo por otra parte, ya que estaba perenne en su cabeza.
Estaba nervioso por el inminente encuentro y sabía a ciencia cierta que ella también lo estaba. Una cita a ciegas, una verdadera cita a ciegas...¿en qué estaría pensando?
 La primera vez que Lucas le había propuesto apuntarse a aquella web para conocer gente, le pareció una locura. Es verdad que, desde hacía tiempo se sentía solo y en las reuniones de amigos era un verso suelto.
 —Vamos Jon, no puedes ser tan exigente, da la oportunidad a las chicas para que te conozcan—le decían ¡Qué fácil era decirlo!
 Desde que rompió con Carmen, hacía ya un año, no había vuelto a tener ninguna relación. No era fácil encontrar gente que no estuviera  en su círculo más cercano, para entablar una relación que, a priori se presentaba difícil.
En el catálogo de mujeres que se mostraba en la web, encontró alguna que parecía bonita, con ayuda de su amigo Alex, que era un experto en el tema femenino.
Incluso llegó a contactar con ellas, gracias a las modernas aplicaciones accesibles de su teléfono.
Todo empezaba de una manera más o menos estudiada, pero al cabo de un par de conversaciones, se aburría.
Acostumbrado a la imbatible Carmen, a su valentía y a como se enfrentaba a su particular mundo, todas las demás mujeres le parecían demasiado vacías.
 —Tengo que dejar de hacer comparaciones, yo tampoco soy un chollo — se decía , sabiendo que se engañaba, nunca bajaría el listón.
Sin embargo, ocurrió el día menos pensado. Estaba a punto de darse de baja en la web cuando María le contactó. Le gustó su forma de presentarse al estilo Sabinero.
 —Busco un amante discreto que sepa perderme el respeto. ¿Lo quieres probar? —preguntó.
 —Yo no tengo más religión que un cuerpo de mujer —le contestó él.
Y se rieron, y empezaron a hablar de música, de versos, de vida. Y lo supo, si había alguien al otro lado de la web que mereciera la pena, la había encontrado.
Y entonces, empezó a temblar...

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María andaba perdida en su vida.
Sin apenas relaciones amorosas, se estaba aproximando a esa edad peligrosa en que la belleza externa se extingue, sin encontrar el príncipe azul del que le hablaban los cuentos de hada que leía compulsivamente de niña.
Pero aquella manía de leer todo lo que caía en sus manos, le hizo ser cada vez más selectiva y exigente. Cambió al príncipe azul por otro de color azul intenso e irisado.
Se había acostumbrado a su vida entre libros y gatos y había aceptado su soledad como un hecho incuestionable.
 —¿Quién necesita un hombre para nada? —le decía a Blanca su amiga de la niñez, que había conseguido una familia con "príncipe-abogado" y dos principitos rubios.
En el fondo, sabía que cada vez era más difícil llegar a compartir su vida con alguien.
Por enésima vez volvió a visitar su perfil de Tinder, dispuesta a cerrar su cuenta cansada de aquel mercado de machos-alfa, musculitos y jovencitos imberbes que, vete tú a saber que buscaban fuera de sus macrodiscotecas y botellones.
Entonces se encontró con aquellos ojos verdes de extraña mirada y sonrisa limpia.
  —Venga, última oportunidad —se dijo, y le puso un mensaje que de pronto le vino a la cabeza, sin pensarlo mucho. Al final, le daba igual lo que pensara, no tenía mucha esperanza de respuesta.
Y no es que no fuera guapa, pero aquellos mofletes excesivamente redondos, daban idea de la clase de mujer que era.
El sobrepeso la persiguió desde niña, hasta convertirse en una obesidad de la que renegaba, pero a la que era incapaz de combatir. Años de dietas imposibles, pastillas milagrosas y cremas reductoras acabaron con su autoestima, pero no con sus kilos.
Por eso cuando obtuvo respuesta por parte de aquellos ojos verdes, pensó que no importaba disfrutar un poco de la conversación, estaba segura de que no pasaría de eso.
Sin embargo, ahora estaba allí, temblando en la posibilidad de ese encuentro.
Aquel hombre, Jon, parecía sincero en sus palabras. Pensó en anularlo todo, no quería decepciones...

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Y llegó el día.
Jon había intentado ser lo más sincero posible, pero su "secreto" no había podido revelárselo. En su día a día, todo estaba muy milimetrado y no tenía ningún problema, pero esta situación se escapaba a su control. Aún así, pensó que si la mujer a la que escuchaba por teléfono era como suponía, merecía la pena intentarlo.
María buscó y rebuscó en su armario para encontrar aquel bonito vestido verde, que sabía disimulaba su orondo cuerpo y tras mirarse en el espejo del baño pensó...qué carajo!!! Soy así, y no puedo cambiar. Esta vez no me echaré atrás.
El parque estaba repleto de gente paseando.
Los niños jugaban en los columpios, las parejas de novios paseaban agarrados de la mano y María pensó que era mejor llegar la primera, así Jon no la vería avanzar por el paseo.
Había salido con una hora de antelación y esperaba en aquel banco de madera, detrás del puesto de flores con un libro en la mano y una rosa en el pelo. Esa era la señal.
Miró su reloj impaciente y nerviosa. Faltaban diez minutos para el encuentro cuando su teléfono sonó y vió el nombre de Jon en la pantalla.
Lo sabía, se había arrepentido, y no le culpaba...
 —¿María?—sonó su voz a través del aparato
— Si, dime Jon —respondió seria, pero firme.
—No sé por donde empezar, María—le dijo preocupado.
—Dí lo que tengas que decir, Jon, hasta ahora hemos sido sinceros, no lo estropees—respondió María.
 —Está bien, pero déjame terminar, por favor —le dijo Jon —Eres la mujer más increible que he encontrado nunca.Me divierto contigo, disfruto de tu charla, disfruto de tu dulce voz, pero no he podido decirte mi verdad, y temo que ahora al encontrarnos sientas que te he engañado, y no quiero perderte bajo ningún concepto. Siento que eres el alma gemela que siempre he buscado y por fín encontré.
 —No te entiendo Jon, ¿por qué me dices eso? Yo no soy nada especial como ya habrás visto, y me gustaría mucho que me dieras la oportunidad de caminar a tu lado.
 —Espero que no cambies de opinión,estoy llegando
.
María vio avanzar hacia ella a Jon, y entonces lo comprendió...Se adelantó hacia él y le preguntó
 —¿Cómo se llama tu perro lazarillo?¿Puedo acariciarlo?
Jon sonrió y le llevó la mano a la cara para tocar aquellos mofletes redonditos y dibujar con sus dedos la sonrisa de su boca.
Y los tres se alejaron paseando y perdiéndose en el paseo entre el resto de transeúntes






















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