La rana y la libélula

Había una vez en una charca una rana que pasaba su vida esperando a que viniera un príncipe y la desencantara.
Se quedaba quietecita al sol y rezaba para que la fortuna llegara hasta ella.
A su lado volaba inquieta una libélula, sus alas transparentes brillaban al sol reflejando miles de colores, sus gráciles movimientos conformaban un ballet que era admirado por todos los habitantes de la charca, excepto por la rana que, envidiaba su belleza y popularidad.
Un día, cansada la rana de pasar inadvertida , pensó que si pudiera subir a un junco al igual que la libélula, también ella, con su bonito color verde podría ser admirada por sus vecinos.
Y así fue como empezó a saltar y saltar para llegar a su objetivo.
Feliz por saberse observada, croaba y croaba.
—Yo soy mejor que la libélula. La libélula es una engreída. ¡Fuera las libélulas de mi charca!—decía
Tan fuerte cantó, tan alto quiso subir que un muchachote que pasaba por allí, la vio. Sin pensarlo dos veces, agarró un guijarro y con muy buena puntería le dio de lleno a la rana, que en vez de convertirse en princesa,  se convirtió en una masa verde informe, que sirvió de alimento a la libélula.
Moraleja, por mucho que envidies a tus semejantes, si eres un batracio, eres un batracio,  y siempre habrá libélulas que se posen en tu cabeza



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